Díez y Romeo Drones. El despegue de los drones.

Los aviones no tripulados han demostrado sobradamente su potencial militar. Pero desde hace tres años han comenzado a virar hacia el mundo civil con una rapidez asombrosa, entrando en las casas y colaborando con las empresas. ¿Hacia dónde se dirigen?

En la pasada Navidad muchos niños se sintieron pilotos de leyenda viendo como sus pequeñas máquinas voladoras quedaban suspendidas en el aire como arañas. En gran parte fueron vuelos cortos y erráticos, con aterrizajes aparatosos. Pero es muy probable que en el futuro los vuelos sean más plácidos y que alguno de estos niños aprenda a teledirigir, no ya un juguetito con cuatro hélices, sino un dron auténtico.
Tras haberse ganado la fama de asesinos de los cielos en Afganistán, Pakistán, Iraq y otros países donde han matado a miles de personas, los drones (literalmente, abejorros o zánganos, también llamados en inglés UAV, por vehículo aéreo no tripulado) han cambiado de rumbo, como ocurrió en el pasado con otros inventos militares como la energía nuclear, el sistema de posicionamiento global (GPS) o internet.
“Con los drones pasa como con los cuchillos de cocina: en función de las intenciones, pueden ser una herramienta muy útil o muy peligrosa”, afirma Francisco Muñoz, director del Departamento de Programas Aeronáuticos del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA). Este organismo, dependiente del Ministerio de Defensa, lleva más de 25 años trabajando en la construcción de vehículos aéreos no tripulados de mediano y gran tamaño con el propósito de que la industria española pueda aprovecharse de su tecnología. La joya de la corona es el Milano, una aeronave con nombre de ave rapaz, similar a los polémicos Reaper y Predator norteamericanos, de casi una tonelada de peso, que es capaz de volar a 7.900 metros de altura y transportar hasta 150 kilos de carga, lo que le permite ir equipado con misiles, pero también vigilar incendios forestales o supervisar cosechas. “No se trata de aeronaves no tripuladas, sino de que la tripulación no está a bordo. Siempre hay alguien a cargo del vuelo”, aclara Muñoz.
En realidad, nadie sabe qué ocurrirá con los cuatro millones de drones, tanto militares como civiles, que se estima que hay en el mundo. Se adivina un futuro incierto y prometedor. “Las aplicaciones son inmensas. Por ejemplo, se está utilizando la tecnología basada en drones para fabricar vehículos unipersonales”, señala Alejandro Alonso, vicepresidente de Hisparob, una plataforma tecnológica que agrupa a más de cien empresas del sector de la robótica.
A pesar de leyes muy restrictivas que impiden a los drones volar en núcleos habitados, pese a que sus baterías no les permiten mantenerse en el aire por norma general más de media hora y aunque la seguridad deja bastante que desear (los incidentes son 353 veces más habituales que en la aviación comercial), la revolución civil que están suponiendo los aviones no tripulados ha pillado a muchos por sorpresa. Para algunos analistas, los drones podrían llegar a representar una transformación equiparable a la que supusieron el lanzamiento del Macintosh de Apple en los años ochenta y el posterior despegue de los ordenadores personales, aunque también hay quien rebaja el optimismo.

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